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Artículo de Amaia Orozco sobre la reforma laboral
Amaia Orozco, militante feminista y economista
El junio pasado, cuando se conocieron las retribuciones de los tres máximos ejecutivos de Bankia, calculábamos que una persona que cobrara el salario mínimo debería reencarnarse siete veces (con sus respectivas vidas laborales de 37 años bien completitas) para cobrar lo mismo que Rato en un año. Esto era antes de la reforma laboral. Con la nueva reforma el resultado podría ser espeluznante pero, peor aún, es incierto, porque si algo trae consigo la reforma es incertidumbre.
El capitalismo heteropatriarcal se asienta sobre una contradicción estructural e irresoluble entre garantizar el proceso de acumulación de capital y garantizar los procesos de sostenibilidad de la vida. Esta última reforma laboral es una vuelta de tuerca más en el descaradísimo escoramiento del Estado hacia los intereses del capital
Este ejemplo tan simplón es sin embargo elocuente de la perversidad de fondo: en un contexto en el que hay medios más que suficientes para garantizar condiciones de vida dignas, las vidas están bajo amenaza permanente. Y la rebaja cosmética del sueldo de altos directivos no altera el dibujo de conjunto.
El descarado escoramiento del Estado
La reforma laboral se enmarca en un amplio conjunto de medidas puestas en marcha como supuesta reacción a la crisis. Estas medidas están implicando un durísimo ataque a las condiciones de vida de la población, en la búsqueda de recuperar las tasas de acumulación de capital.
El capitalismo heteropatriarcal se asienta sobre una contradicción estructural e irresoluble entre garantizar el proceso de acumulación de capital y garantizar los procesos de sostenibilidad de la vida. El Estado (en sus diversos niveles, infra y supra nacionales) es hoy por hoy el principal mecanismo colectivo para gestionar esta tensión. El Estado de bienestar se presenta expresamente como el intento de conciliar lo irreconciliable: garantizar condiciones de vida dignas en un contexto de primacía de la lógica de acumulación. Esta última reforma laboral es una vuelta de tuerca más, de suma gravedad, en el descaradísimo proceso de escoramiento del Estado hacia los intereses del capital. No es un ataque al trabajo, es un ataque a la vida misma, un ataque al buen vivir.
La mediación por la que el Estado del bienestar interviene en el conflicto que se da entre capital y vida puede tomar varias formas, y todas ellas están en caída libre: Los ataques a sus cuatro pilares (sanidad y educación públicas, sistema de pensiones y el más simbólico que real sistema de atención a la dependencia) suponen una dejación inexcusable de la ya de por sí escasa responsabilidad asumida por el Estado para proporcionar recursos para la vida. La reforma laboral es un paso de gigante en la pérdida de las limitaciones que, en forma de regulación colectiva de las condiciones laborales, se imponían a la actuación desbocada de la lógica de acumulación de capital.
La noción de que el conjunto social es dependiente de un sacrificado sector que trabaja es falsa. La economía depende de toda una red no mercantil de generación de recursos, de garantía cotidiana del bienestar
Al mismo tiempo, en la medida en que degrada la contribución de las empresas a la seguridad social, hace que estas vayan perdiendo de vista toda noción de que de alguna forma deben pagar a cambio de disponer cada día de nuevas camadas de trabajadorxs lavadxs, planchadxs y plenamente disponibles. Más aún, la lógica de acumulación permea lo público al introducirse la posibilidad de despidos colectivos justificados por motivos de insuficiencia presupuestaria. ¿Por qué un organismo público debe ser rentable en términos de acumulación? ¿No se trata de que sea rentable en términos de sus resultados de bienestar?
Tensiones absorbidas en el más-acá-del-mercado
El proceso que estamos viviendo de socialización de los riesgos del capital implica simultáneamente un proceso de individualización de los riesgos vitales, en el que cada quien quedamos al albur de los recursos que tengamos privadamente disponibles: ingresos monetarios y redes familiares y sociales. La tendencia a la desaparición de los mecanismos públicos para gestionar la vida implica un estrechamiento del nexo calidad de vida-posicionamiento individual en el mercado, a la par que se produce un proceso brutal de desregulación del mercado laboral.
Con la reforma, el conjunto de los trabajos se asemejan cada vez más en sus condiciones a los trabajos históricamente asignados a las mujeres en el ámbito doméstico: remuneración inexistente o incierta, falta de acceso a derechos sociales, carencia de regulación y de negociación colectiva de las condiciones laborales, individualización de la relación salarial, entre otras. Los mercados precisan de trabajos y sujetos invisibilizados
Esto implica que se pone una presión cada vez mayor en algún lugar que no es ni el mercado, ni el Estado para resolver la vida, para generar bienestar. El ajuste, en última instancia, se produce en los hogares (en sus diversos tipos), donde se hace lo imposible para compensar lo que ya no alcanzamos con el salario y lo que el Estado deja de proporcionar, así como para poner las condiciones necesarias para que la gente pueda entrar y salir, con salud física y emocional, a un mercado laboral donde cada vez se exige más a lxs trabajadorxs que se asemejen a ese modelo imposible de sujeto absolutamente atomizado que no tiene ni necesidades de cuidados propias ni responsabilidad alguna sobre los cuidados ajenos, sino plena disponibilidad para la empresa.
La noción perversa que va calando de que el conjunto social es dependiente de un escueto y sacrificado sector que trabaja (o sea, está en el mercado) es falsa. La economía es una realidad de interdependencia social. El ajuste se da mediante un conjunto de relaciones y trabajos no mercantiles, una esfera social que está más-acá-del-mercado (esto es, en conexión más directa con el bienestar), ahí se sostiene la vida en su conjunto, se regenera de forma cotidiana y generacional la mano de obra que va al mercado, y se absorbe el ataque a las condiciones de vida que esta reforma implica.
Sin todo lo que existe más acá que el mercado, no hay trabajadorxs y mucho menos, empresas. Y es que, más allá, este más acá muestra que no somos la gente quienes dependemos de las empresas (para que produzcan o para que nos den empleo con cuyo salario poder consumir), sino, al contrario, las empresas las que dependen de toda una red no mercantil de generación de recursos, de garantía cotidiana del bienestar, y de reajuste último de la economía.
La reforma es también una vuelta de tuerca en el proceso ya en marcha de domesticación o feminización del trabajo, por el cual el conjunto de los trabajos se asemejan cada vez más en sus condiciones a los trabajos históricamente asignados a las mujeres en el ámbito doméstico: remuneración inexistente o incierta, falta de acceso a derechos sociales, carencia de regulación y de negociación colectiva de las condiciones laborales, individualización de la relación salarial, entre otras. En última instancia, esto muestra cómo el proceso voraz de acumulación en los mercados precisa de la existencia de trabajos y sujetos invisibilizados para seguir en marcha. Y cuando hablamos de invisibilidad nos referimos, finalmente, a carencia de voz y poder para cuestionar el sistema.
Conflicto social ante la precarización de la vida
Esta reforma va a implicar un aceleramiento de un tripe proceso que ya estamos observando: (1) Un incremento de diversas dimensiones de la precariedad en la vida, es decir, de la inseguridad en el acceso sostenido a los recursos necesarios para satisfacer las expectativas materiales y emocionales de la gente (precariedad que excede la laboral, si bien ésta es una de sus causas más directas). (2) Un aumento de las situaciones que pasen de la precariedad a la exclusión y, en este sentido, la expansión de un fenómeno de crisis de reproducción social. (3) Una profundizacion del proceso de hipersegmentación social, esto es, de multiplicación de las desigualdades sociales y de complejización de las vías por las cuales se producen diversas formas de exclusión de la ciudadanía económica y social.
Nombremos tres urgencias: vigilar que no se normalice el proceso de degradación de las condiciones vitales e incremento de la desigualdad; visibilizar el profundo conflicto capital-sostenibilidad de la vida, y situar como reivindicación prioritaria el reparto justo de todos los trabajos, los pagados y los no pagados
En este contexto, muchas son las urgencias, pero nombremos al menos tres: Primero: mantener una vigilancia permanente para evitar la normalización del proceso de degradación de las condiciones vitales e incremento de la desigualdad. Están acaeciendo profundos cambios que debemos identificar y no asumir como normales. Segundo: crear conflicto. Sin entrar a debatir si en algún momento fue una estrategia útil, es hoy evidente que la ficción de la paz social está escondiendo una realidad de fuerte desigualdad de poder al negociar las condiciones de vida. Es imprescindible visibilizar el profundo conflicto capital-sostenibilidad de la vida como una tensión estructural e irresoluble que está agudizándose. En este sentido, no parece que el mercado laboral sea el sitio más estratégico desde el que visibilizar este conflicto, tampoco hacerlo desde un sujeto político reconocido como interlocutor por su papel en el proceso de acumulación (sindicatos); sino desde las esferas más invisiblilizadas. Ahí es donde el conflicto se ha absorbido históricamente: los trabajos no remunerados y atípicos, la vida cotidiana en su conjunto, el más-acá-del-mercado que sostiene al mercado.
Tercero: situar como reivindicación prioritaria el reparto justo de todos los trabajos, los pagados y los no pagados, partiendo de la reivindicación de la reducción de la jornada laboral, pero yendo más allá de ella. De entre la inmensa cantidad de horas destinadas al empleo, es preciso dilucidar cuáles son las dedicadas a trabajos socialmente necesarios (que generan bienestar), y las malgastadas en realizar un trabajo alienado, que permite obtener ganancias, pero no genera bienestar. El trabajo socialmente necesario debemos ponerlo a funcionar fuera del mecanismo de mercado capitalista, bajo otras lógicas económicas que no pasen por la acumulación de capital. El trabajo alienado, mientras sigamos siendo esclavxs del salario, resulta imprescindible, pero debemos tender a su eliminación.
Es necesario un rechazo muy duro a esta reforma laboral, porque es una escandalosa vuelta de tuerca en el frontal ataque a las condiciones de vida de la población como medio para recuperar las tasas de acumulación de capital.
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