Es un lugar común, cada vez más repetido: los trabajadores vamos perdiendo por
goleada este último asalto de la lucha de clases
que hemos dado en llamar crisis; y lo vamos perdiendo por culpa de ese
desigual reparto del miedo: todo para nosotros, nada
para ellos.
Que a este lado hay miedo, es obvio: miedo a que te
despidan, a que te echen de tu casa, a hundirte en la
miseria, a perderlo todo y aun seguir debiendo. Y algo más
arriba, en la frágil clase media, miedo a descender, a
perder un nivel de vida y un bienestar que parecía ya
consolidado, miedo al futuro, a qué será de nosotros y de
nuestros hijos.
¿Qué hace falta para que los beneficiarios y
administradores de la crisis -la alta burguesía, los
grandes empresarios y propietarios, el poder financiero y
la clase política dirigente- tengan miedo, sientan esta
vulnerabilidad nuestra? ¿Cómo asustar a quienes no solo no
están en peligro de perderlo
todo, sino que
tienen en su mano ganarlo
todo? ¿
De qué tiene miedo un banquero, un gran
propietario, un gran accionista, un dirigente de la
patronal, un titular de una SICAV, un consejero
delegado (sí, parecen figuritas de un Belén, pero así
hemos convenido en retratar al otro bando)? ¿Tienen miedo
de nosotros, de nuestras huelgas, manifestaciones,
desobediencias, firmas? Hasta ahora, más bien poco,
reconozcámoslo. El tradicional miedo a las masas (que
arrojaba a la burguesía en brazos del fascismo) no parece
hoy impresionarles tanto.
¿Y la clase política dirigente? ¿De qué puede tener miedo
un ministro, un comisario europeo, un diputado, un
alcalde, un gobernador del Banco de España, una delegada
del Gobierno? En democracia, la respuesta debería ser:
miedo a los gobernados, miedo al pueblo soberano, miedo a
ser censurados, cesados, apartados del cargo; miedo a no
ser reelegidos, a ser derrotados en las próximas
elecciones. Y en una estafa como la actual, además, miedo
a ser investigados, acusados, juzgados, condenados,
encarcelados.
Sin embargo, en España la alta política es un deporte de
bajo riesgo y que además se practica con red. Para
empezar, cada vez más miembros de la clase política
pertenecen a la clase alta en términos económicos, al
menos eso dicen sus declaraciones de bienes. Pero además,
entre ellos el riesgo de caída es pequeño, y la
posibilidad de llegar al suelo es escasa. El cesado o
dimitido es inmediatamente recolocado en otro puesto, o
acomodado en uno de los muchos cementerios de elefantes;
el derrotado es bien pagado por la empresa privada en
algún consejo de administración; el imputado sigue
contando con el favor del partido; el investigado se
beneficia de una justicia lenta y cruzada de intereses y
complicidades, que facilita prescripciones, archivos y
absoluciones; y el condenado es sistemáticamente
indultado, como última red de seguridad para que nadie se
haga daño en caso de que todo lo anterior falle.
Arriba no hay miedo, porque hay poco
riesgo de caída. Entre la clase propietaria y la
clase política dirigente, en el seno de ambas y en cada
una respecto a la otra, funcionan mecanismos de protección
y rescate muy fuertes. Llamémoslo por su nombre:
solidaridad. Sí, suena raro, parece impropio, pero en la
clase alta opera una poderosa solidaridad de clase. Sus
miembros son solidarios con su clase, defendiendo sus
intereses; y su clase es solidaria con cada uno de sus
miembros, no los deja caer. Duele decirlo, pero durante
los últimos años la solidaridad de clase, esa que
flaqueaba entre los trabajadores, brillaba con fuerza en
los pisos de arriba. Los revolucionarios del final del
siglo XX fueron los neoliberales, y para su revolución no
descuidaron uno de sus pilares esenciales, sin el cual no
hay revolución posible: la solidaridad de clase.
Que el miedo cambie de bando, que los de arriba sientan el
miedo que hoy sentimos nosotros, no parece fácil por esa
red de seguridad que han tejido, tupida por intereses
cruzados, objetivos comunes, complicidades. Se me ocurre
que sería más sencillo dejar de tener miedo nosotros. Como
vasos comunicantes,
cuanto menos
tengamos nosotros, más tendrán ellos. Y para eso,
hay que reconstruir por abajo nuestras propias redes de
seguridad, nuestras propias formas de cuidarnos, de
sujetarnos, de rescatarnos; hasta que sean tan fuertes
como las suyas. Nuestra solidaridad de clase.(isaac rosa)