miércoles, 20 de febrero de 2013

El miedo puede cambiar de Bando

Es un lugar común, cada vez más repetido: los trabajadores vamos perdiendo por goleada este último asalto de la lucha de clases que hemos dado en llamar crisis; y lo vamos perdiendo por culpa de ese desigual reparto del miedo: todo para nosotros, nada para ellos.
Que a este lado hay miedo, es obvio: miedo a que te despidan, a que te echen de tu casa, a hundirte en la miseria, a perderlo todo y aun seguir debiendo. Y algo más arriba, en la frágil clase media, miedo a descender, a perder un nivel de vida y un bienestar que parecía ya consolidado, miedo al futuro, a qué será de nosotros y de nuestros hijos.
 ¿Qué hace falta para que los beneficiarios y administradores de la crisis -la alta burguesía, los grandes empresarios y propietarios, el poder financiero y la clase política dirigente- tengan miedo, sientan esta vulnerabilidad nuestra? ¿Cómo asustar a quienes no solo no están en peligro de perderlo todo, sino que tienen en su mano ganarlo todo? ¿De qué tiene miedo un banquero, un gran propietario, un gran accionista, un dirigente de la patronal, un titular de una SICAV, un consejero delegado (sí, parecen figuritas de un Belén, pero así hemos convenido en retratar al otro bando)? ¿Tienen miedo de nosotros, de nuestras huelgas, manifestaciones, desobediencias, firmas? Hasta ahora, más bien poco, reconozcámoslo. El tradicional miedo a las masas (que arrojaba a la burguesía en brazos del fascismo) no parece hoy impresionarles tanto.
¿Y la clase política dirigente? ¿De qué puede tener miedo un ministro, un comisario europeo, un diputado, un alcalde, un gobernador del Banco de España, una delegada del Gobierno? En democracia, la respuesta debería ser: miedo a los gobernados, miedo al pueblo soberano, miedo a ser censurados, cesados, apartados del cargo; miedo a no ser reelegidos, a ser derrotados en las próximas elecciones. Y en una estafa como la actual, además, miedo a ser investigados, acusados, juzgados, condenados, encarcelados.
Sin embargo, en España la alta política es un deporte de bajo riesgo y que además se practica con red. Para empezar, cada vez más miembros de la clase política pertenecen a la clase alta en términos económicos, al menos eso dicen sus declaraciones de bienes. Pero además, entre ellos el riesgo de caída es pequeño, y la posibilidad de llegar al suelo es escasa. El cesado o dimitido es inmediatamente recolocado en otro puesto, o acomodado en uno de los muchos cementerios de elefantes; el derrotado es bien pagado por la empresa privada en algún consejo de administración; el imputado sigue contando con el favor del partido; el investigado se beneficia de una justicia lenta y cruzada de intereses y complicidades, que facilita prescripciones, archivos y absoluciones; y el condenado es sistemáticamente indultado, como última red de seguridad para que nadie se haga daño en caso de que todo lo anterior falle.
Arriba no hay miedo, porque hay poco riesgo de caída. Entre la clase propietaria y la clase política dirigente, en el seno de ambas y en cada una respecto a la otra, funcionan mecanismos de protección y rescate muy fuertes. Llamémoslo por su nombre: solidaridad. Sí, suena raro, parece impropio, pero en la clase alta opera una poderosa solidaridad de clase. Sus miembros son solidarios con su clase, defendiendo sus intereses; y su clase es solidaria con cada uno de sus miembros, no los deja caer. Duele decirlo, pero durante los últimos años la solidaridad de clase, esa que flaqueaba entre los trabajadores, brillaba con fuerza en los pisos de arriba. Los revolucionarios del final del siglo XX fueron los neoliberales, y para su revolución no descuidaron uno de sus pilares esenciales, sin el cual no hay revolución posible: la solidaridad de clase.
Que el miedo cambie de bando, que los de arriba sientan el miedo que hoy sentimos nosotros, no parece fácil por esa red de seguridad que han tejido, tupida por intereses cruzados, objetivos comunes, complicidades. Se me ocurre que sería más sencillo dejar de tener miedo nosotros. Como vasos comunicantes, cuanto menos tengamos nosotros, más tendrán ellos. Y para eso, hay que reconstruir por abajo nuestras propias redes de seguridad, nuestras propias formas de cuidarnos, de sujetarnos, de rescatarnos; hasta que sean tan fuertes como las suyas. Nuestra solidaridad de clase.(isaac rosa)

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