La crisis provocada por el sistema financiero está siendo transferida a los estados y estos afrontan el déficit y el crecimiento de la deuda recortando recursos públicos en vez de exigir responsabilidades legales y fiscales a los causantes. Aunque a todos nos perjudica el deterioro de los servicios públicos, las mujeres salimos peor paradas de lo que podríamos llamar la doble privatización: al mismo tiempo que se recortan presupuestos y las empresas privadas acceden a la gestión de los servicios públicos, muchas labores de atención y cuidados retornan al ámbito familiar o a las redes sociales más próximas.
Las mujeres, que en términos generales cobramos menos y tenemos mayores índices de precariedad laboral, somos las que mayoritariamente cubrimos los puestos de los servicios sanitarios, educativos y sociales. La socialización de género y los saberes incorporados en nuestra educación hacen que muchas de nosotras elijamos estudios y profesiones ligadas al cuidado de los demás. Por otra parte, el empleo público nos ha permitido conciliar de manera más sencilla, a través de la reducción de jornada y las jornadas parciales, así como acceder a la baja de maternidad y excedencias para el cuidado de los hijos. Un empleo estable permite autonomía económica, lo que resulta fundamental a la hora de atreverse a una separación o un divorcio. La externalización de los servicios y la precarización del empleo consiguiente nos aboca a trabajos mal pagados, sin derechos e inestables. Toda precarización del empleo, como la animada por la reforma laboral, fragiliza nuestra autonomía y hace imposible la conciliación.
La segunda privatización alude al hecho de que, con menos y peores servicios, muchas de las actividades de cuidados volverán a ser realizadas en el ámbito familiar y esto siempre ha significado más trabajo para las mujeres. Menos guarderías, menos recursos para jóvenes, menos recursos sanitarios para ancianos o enfermos se traduce en mayor presión para las mujeres. Sólo aquellas mujeres con recursos podrán transferir estas tareas a otras personas, que a su vez son mujeres de una clase social más baja y, con mucha probabilidad, de procedencia extranjera. Esto es lo que ha venido ocurriendo en las últimas décadas debido a la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado y la insuficiencia del Estado de bienestar con respecto a los cuidados. La transferencia de esas tareas, de mujeres asalariadas a mujeres más pobres en pésimas condiciones laborales las más de las veces, ha ocultado temporalmente el problema de fondo de nuestra sociedad: la crisis de los cuidados y la invisibilidad de las tareas de reproducción de la vida.
Como dice la economista Amaia Orozco[1], “el mercado laboral se sustenta sobre una base de relaciones y trabajos no mercantiles, una esfera social que está más-acá-del-mercado, que es la que genera de forma cotidiana y generacional la mano de obra y sostiene la vida en su conjunto”. Todos estos trabajos permanecen ocultos en la ciencia económica y sus instrumentos de medida (PIB, población activa…) a través de su naturalización como “trabajo propio de las mujeres hecho por amor”. La exclusión tradicional de las mujeres del salario (con leyes que impedían su autonomía legal y laboral) permitió al capitalismo expandir inmensamente «la parte no pagada del día de trabajo», y usar el salario (masculino) para acumular trabajo femenino. En nuestros días, la incorporación de las mujeres al empleo asalariado no ha servido para visibilizar y valorizar esos trabajos, realizados de forma gratuita o mal pagados, sino que sigue sin reconocerse el papel fundamental que tienen en el sustento de las sociedades. Las feministas italianas[2] de los setenta llevaron a cabo numerosas campañas por el “salario doméstico” como forma de reivindicar una retribución de todas esas tareas imprescindibles para la vida. Muchas otras mujeres escaparon de modelos familiares que conllevaban la asfixia personal y la minusvalorización social.
Todos y todas somos vulnerables, nadie puede evitar la vejez y la enfermedad, ya sea propia o de la gente querida. Las formas de vida que llevamos, muy individualizadas en tiempos y espacios en el día a día, imposibilitan o dificultan muchísimo cualquier forma más comunitaria del cuidado, haciendo recaer la responsabilidad en unidades familiares muy reducidas lo cual va en detrimento de la calidad del cuidado y de la salud de los que son atendidos y de los cuidadores. Los cuidados son una esfera común, un trabajo socialmente útil que apenas está reconocido por las administraciones públicas a través de la insuficiente Ley de dependencia y que la mayoría del sector privado sólo contempla como negocio. Necesitamos poner en primer plano esas relaciones afectivas consustanciales a la vida y la sociedad. Y necesitamos que sean asumidas de forma colectiva, no como una “cuestión doméstica” o una “responsabilidad de las mujeres”.
La crisis, también conocida como estafa, ahonda la alarmante crisis de los cuidados que ya existía en la época alcista. La precarización generalizada y los recortes de servicios públicos hacen más difícil todavía una vida digna de tal nombre. Las mujeres, madres o sin hijos, lesbianas, transexuales, universitarias, limpiadoras, negras y latinas, no vamos a pagar su crisis. El trabajo de cuidados, como tantos otros no pagados e imprescindibles para la sociedad, debe ser retribuido, por ejemplo, a través de una Renta Básica que garantice el derecho a cuidar y ser cuidado. Servicios públicos amplios son el mejor símbolo de que la sociedad reconoce que los cuidados competen a todos. Pero parar los recortes sólo es posible si entre todos y todas volvemos a dotar de contenido el papel de lo público en la sociedad. No vale decir que no hay dinero, vivimos en el momento con mayor riqueza de la historia. Tampoco sirve oponerse sin tratar de mejorar lo que hay. Defender lo público significa hoy exigir una gestión democrática de la salud y los cuidados, de la educación y el conocimiento.
Los políticos repiten que la prioridad es sanear el sistema financiero y que los ajustes son necesarios para que en unos años volvamos a crecer. Nos piden sacrificios con la promesa de que algún día estaremos mejor. Pero la crisis de los cuidados que vivimos no está en su agenda. No podemos quedarnos sentadas. Ahora más que nunca es necesaria una reorganización del trabajo y la vida que permita un desarrollo social equitativo e impida la acumulación de unos pocos sobre la riqueza que todos y todas generamos. Nosotras también somos legión y estamos en todas partes. No pagaremos su crisis.
8/03/2012
Mujeres de Madrilonia.org
_________________________________________________________Notas:
[1] Amaia Orozco y el Feminismo de los cuidados en economiacritica.net.
[2] Mariarosa Dalla Costa: Dinero, perlas y flores en la reproducción feminista, Madrid, Akal.
Silvia Federici: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Madrid, Traficantes de Sueños.
Silvia Federici: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Madrid, Traficantes de Sueños.
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